Envío misionero de los discípulos hasta los confines de la tierra
Celebramos hoy la fiesta de san Lucas, el evangelista al que se le atribuye el evangelio que nos ha venido acompañando casi constantemente en los últimos días. Es importante recordar que, en sus dos libros, dedicados a Teófilo (theo-philos: amigo de Dios), Lucas articula las dos partes de una misma obra sobre la Ascensión de Jesús (Lc 24,50-53; He 1,6-11). La Ascensión significa tanto la culminación del señorío de Jesús como el envío misionero de los discípulos “hasta los confines de la tierra”. Escribir un evangelio (y los Hechos) es una forma concreta de misión.
Basados en el texto del evangelio de hoy, vamos a poner de relieve la serie de los siete imperativos de un misionero (en realidad sumaríamos diez si le agregáramos los tres que aparecen en los versículos 10-12, que no leemos hoy). Así lo entenderemos un poco más a él y nos entenderemos también a nosotros mismos como discípulos misioneros. Veamos:
“¡Rueguen!” (10,2)
El misionero es ante todo un orante. Como sucede desde Pentecostés, y se confirma en Hch 13,1-3. La misión parte de una comunidad que ora y en ese ambiente es revestida del Espíritu para enviar los que de entre ellos el Señor designe. Sin embargo, los 72 toman conciencia de que aún ellos siendo aparentemente muchos, en realidad son insuficientes: “Los trabajadores son pocos”.
“¡Pónganse en camino! (10,3)
La actitud es estar siempre “en salida”. El misionero es conciente de que se aventura en un mundo de múltiples peligros, su vida estará siempre amenazada: “como corderos en medio de lobos”. El misionero no va a someter a los demás, él es un hombre de paz. Tal como recuerda el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año: “al proclamar al mundo «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (EG 36), los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu Santo en ellos (cf. Ga 5, 22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios”.
“No lleven”(10,4ª)
El misionero viaja desprendido de todo. Hay cuatro implementos necesarios para un viaje, de los cuales él se desprende: dinero , morral para la merienda y la muda de ropa, sandalias para las caminatas largas en terreno pedregoso. Esto no quiere decir que se queda “en al aire”, su seguridad está en su fe en Dios que no lo abandona y provee sus necesidades como Padre suyo que es. Esto es tan real que cuando Jesús les pregunte “Cuando los envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿les faltó algo?”, Ellos respondieron: “Nada” (Lc 22,35).
Una seguridad percibida por Pablo también, y mencionada hoy en la primera lectura: “…el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos.”
“No se detengan a saludar… en el camino” (10,4b)
Indica que el misionero viaja desprendido de todos, nada ni nadie lo distrae para responder a la urgencia de la misión.
“¡Digan!” (10,5)
La proclamación del evangelio comienza por el saludo de la paz: “Shalom leká” (ver Jc 6,23; Lc 24,36). No se trata de un formalismo vacío sino de un don que se puede recibir o rechazar.
Este don que saben acoger la “gente amante de la paz”, está asociado con la venida de la salvación. Esta paz es el don pascual de Cristo (Lc 24,36; ver también 2,14.29; 19,42; Hch 10,36). Un don lo recibe solo quien está abierto a él.
”El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos. La paz es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente «haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1,20)”. (EG 229).
“¡Quédense!”(10,7)
El misionero no anda buscando comodidades, por eso se le recomienda no ir de casa en casa sino “quedarse” (10,7) y allí “comer y beber lo que tengan” (10,8b).
“Quedarse” es entrar a fondo en la realidad y en el tejido relacional de ese hogar que se evangeliza para hacer irrumpir desde dentro el Reino (como Jesús con los discípulos de Emáus: “¡Quédate con nosotros!… y se quedó con ellos”, Lc 24,29; o como Pablo en casa de Lidia, Hch 16,15). El misionero debe saber aceptar la hospitalidad, para él es un signo del amor del Dios providente. No sólo hay que saber dar, también hay que saber recibir.
“¡Curen!”(10,9a)
La acción precede al discurso. El misionero se expresa primero con hechos y luego con palabras que ayudan a comprender lo sucedido. En el evangelio de Lucas son muchas las sanaciones que han hecho visible el Reino de Dios (ver 11,20). La llegada del Mesías ha podido ser reconocida por ello. Jesús coloca ahora esta tarea en las manos de sus misioneros.
“¡Digan!”(10,9b)
Así como el Jesús viajero proclama por todas partes la “Buena nueva del Reino de Dios” (4,43), el misionero es un proclamador de la irrupción definitiva de Dios en la historia y da testimonio de ello. La misión silenciosa de las obras necesita también de la Palabra, tal como nos lo dice San Juan Pablo II: «no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor», y sin que exista un «primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización» (Ecclesia in Asia, 19).
Tengamos presente que el Evangelio es el don más grande del que disponemos los cristianos. Por eso debemos compartirlo con todos los hombres y mujeres que están en busca de razones para vivir.
Bendigamos al Señor por el evangelista Lucas
“Esta es la nueva alianza que Dios hizo con Lucas (cfr. Jr 31,31),
puso en su corazón la palabra viva y eterna (Jr 31,33).
Lo sacó de entre los griegos
para que fuera y diera fruto (cfr. Jn 15,16).
Lucas, el médico bien amado (cfr. Col 4,14),
el hermano elogiado por todas las Iglesias
por su predicación del Evangelio (cfr. 2 Cor 8,18).
Judío o griego, ya no hay distinción,
porque dice la Escritura: ‘No será confundido el que cree en Él.
Él mismo es Señor de todos, generoso para quienes le invocan’.
Vino a buscar y salvar a lo que se había perdido (cfr. Lc 19,10).
Vendrán a Él de oriente y occidente
del septentrión y del mediodía,
a tomar parte en el banquete en el Reino de los cielos (cfr. Lc 13,29)”.
(Preparado por el Monasterio Apostólico de Piedra Blanca)
A petición de la Pontificia Unión Misional, han colaborado en la escritura de estas meditaciones:
- Para los domingos: P. Yoland Ouellet, o.m.i., Director Nacional OMP, Canada de habla francesa
- Para los días de la semana:
- 1-14 de octubre: P. Karl Wallner, Director Nacional OMP, Austria
- 15 y 23 de octubre: P. Pierre Diarra
- 16-22 de octubre: P. Jafet Alberto Peytrequín Ugalde, Director Nacional OMP, Costa Rica
- 24-31 de octubre: P. Dennis C. J. Nimene, Director Nacional OMP, Liberia.