Gratitud ante los dones recibidos de Dios


Puede que nos llame la atención esta última frase del evangelio de hoy: “Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá”. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido del Señor? No tenemos nada. Todo proviene del Señor: nuestros padres, nuestra vida, lo que hemos adquirido durante nuestra vida, la educación, la formación, los bienes materiales y espirituales y por supuesto lo que cada uno de nosotros ha llegado a ser. La pregunta es: ¿qué hemos hecho con todo lo que hemos recibido?

Jesús nos pide que no imitemos al siervo, al que no le importa el regreso de su Señor. Escuchemos una vez más: “Si aquel criado dijere para sus adentros: ‘Mi señor tarda en llegar’, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles”. Por supuesto, podemos pensar en el fin del mundo, pero me parece que es cada día cuando el Señor viene a nosotros, que nos desafía y nos pregunta si estamos en servicio todavía. ¿Estamos al servicio de Dios, de la Iglesia, de nuestros hermanos y hermanas?

En los relatos y discursos evangélicos no encontramos ninguna invitación a trabajar ni instrucciones sobre el trabajo. Pero se dice que Jesús era un “artesano” (Mt 6, 3), hijo de un carpintero (Mt 13, 55). Sus primeros discípulos fueron pescadores (Mt 1, 16-20), uno era recaudador de impuestos (Mt 2, 14). Se pasará de una profesión aprendida del padre, y cuya función es asegurar la subsistencia de la familia, a un oficio suscitado por una “vocación” carismática, promovida por Dios o por uno de sus portavoces, para crear una nueva actividad para el bien de la multitud, un poco como Moisés, David y otros guías de Israel. Pensemos en Eliseo y Amós, agricultores o ganaderos, que se convirtieron en profetas. Los apóstoles, por ejemplo, cambiaron su vida profesional a causa de su encuentro con Jesús, el Cristo. Esta no es una forma de promoción, según los parámetros humanos. Más bien, es una llamada a convertirnos en ‘siervos’ del Señor para una obra de carácter espiritual, que implicará persecuciones (Mt 5, 11-12), humillaciones (Mt 23, 11-12) e incluso el don de la vida. (Mt 16, 25; 23, 34-35).

En las parábolas se mencionan varios tipos de trabajo: el sembrador (Mt 13, 3), el labrador (Mt 20, 1), el mercader de perlas (Mt 13, 45), el criado (Mt 24, 45), el administrador (Lc 16, 1), pero también la ama de casa que amasa harina (Mt 13, 33). Es una invitación a amar la diligencia en el trabajo, junto con la atención y sabiduría, cualidades que hacen fiable al siervo (Mt 8, 9; 24, 45; 25, 21). También se fomenta el sentimiento de confianza en un resultado seguro, el resultado del trabajo bien hecho (Mt 7, 24-25; 24, 46; 25, 29). No hay ningún mérito en ser digno de Dios, pues cada uno debe considerarse un “siervo inútil”, contento simplemente con haber cumplido con su deber (Lc 17, 10).

¿Necesitamos hablar del ministerio de enseñanza y sanación que los discípulos deben llevar a cabo al seguir a Jesús? (Mt 9, 37-38; Jn 5, 17; 9, 4). ¿Deberíamos comparar este trabajo con el del labrador, el sembrador, el cosechador, el pastor o el pecador? Este trabajo produce frutos, o se espera un salario, una recompensa por el servicio prestado (Mt 10, 10; 20, 2; Lc 10, 7). Pero seguramente ¿es esto una metáfora? Se valoran los compromisos de carácter espiritual. El Maestro orienta el deseo hacia recompensas celestiales duraderas que colmen de felicidad suprema.

Debemos ir más allá de la crítica de Qohelet a la vanidad de la actividad humana. “Si alguno no quiere trabajar, que no coma” (2 Tes 3, 10). Este es el consejo del apóstol Pablo. El que roba, que no robe más; más bien, que se tome la molestia de trabajar honestamente con sus manos, para tener algo que compartir con los necesitados (Ef 4, 28). No sólo debemos sustentarnos a nosotros mismos, sino también compartir con los demás, especialmente con los desfavorecidos. En este ámbito, Pablo se presenta como un ejemplo a imitar. De hecho, la obra de Cristo y de los discípulos imita la de Dios mismo (Jn 4, 34; 5, 17; 17, 4). Se convierte en modelo inspirador para todos los sectores y modalidades del trabajo humano, introduciendo no solo el principio de “servicio” (Lc 22, 26-27; Jn 13, 13-17), de “gratuidad” (Mt 10, 8; 2 Cor 11, 7), sino también de la renuncia a la acumulación de bienes (Mt 10, 10). La generosidad es fuertemente deseada, porque permite que otros se beneficien del fruto del propio trabajo (Mt 19, 21). ¿No es este compartir un signo claro de amor?

El trabajo asumido como “servicio” (diakonia) y ordenado por el Señor da frutos para todos (1Cor 9, 22). Por eso es importante tener colaboradores, buenos colaboradores, en la preciosa tarea de anunciar el Evangelio, que sean, en definitiva, “colaboradores de Dios” (1 Cor 3, 9; Mc 16, 20). El trabajo misionero se puede comparar con el trabajo agrícola (1 Cor 3, 5-9) y/o de construcción (1 Cor 3, 10,14). Pero hay que reconocer que sólo Dios es quien hace crecer la planta (1 Cor 3, 7). Sólo Cristo es el fundamento sólido del edificio que es la Iglesia (1 Cor 3, 11).

Por eso es importante dar gracias al Señor cuando lo que hacemos tiene éxito: “Den gracias al Señor, invoquen su nombre, | den a conocer sus hazañas a los pueblos” (Sal 105, 1). Dilo de nuevo: “¡Sublime es su nombre!” Dios nos elige para cooperar en su misión, en la Missio Dei, aunque seamos frágiles, pecadores y pequeños. Escucha a Pablo: “Del cual soy yo servidor por la gracia que Dios me dio con su fuerza y su poder. A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo” (Ef 3, 8). Demos gracias y que el Señor nos siga llenando de sus dones, de su Espíritu que nos hará extraordinarios trabajadores y misioneros tras las huellas de Pablo, Pedro, san Juan Pablo II, Benedicto XVI, el papa Francisco y todos los testigos de Cristo Jesus.


A petición de la Pontificia Unión Misional, han colaborado en la escritura de estas meditaciones:

  • Para los domingos: P. Yoland Ouellet, o.m.i., Director Nacional OMP, Canada de habla francesa
  • Para los días de la semana:
    • 1-14 de octubre: P. Karl Wallner, Director Nacional OMP, Austria
    • 15 y 23 de octubre: P. Pierre Diarra
    • 16-22 de octubre: P. Jafet Alberto Peytrequín Ugalde, Director Nacional OMP, Costa Rica
    • 24-31 de octubre: P. Dennis C. J. Nimene, Director Nacional OMP, Liberia.