Amor a Dios y justicia con los hermanos
Jesús en el Evangelio dirige el discurso a los líderes, a los animadores de la experiencia religiosa de Israel. Su forma de hablar es de carácter profético y para ello recurre al uso de los “ayes”, que indican oráculos de desventura y por tanto señalan comportamientos de un camino de perdición. Se tratan de advertencias, al igual como Pablo señala a los Gálatas en la primera lectura las “obras que proceden del desorden egoísta del hombre”, y que los alejan del Reino de Dios.
Estos vicios hacen perder la vida del Espíritu, y contrastan con los frutos que desde una vida espiritual se esperan, a saber: “El amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo”.
Detengámonos ahora en cada uno de los comportamientos y actitudes que Jesús quiere corregir para que se redireccionen en armonía con el Reino:
“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios!” (11,42a)
Jesús no está atacando la Ley en sí (ver Dt 12,22; Lv 27,30), sino más bien la manera y la razón de exigirla. Los fariseos le han puesto un excesivo celo a las exigencias y han caído en un “detallismo” que los lleva a perder el verdadero sentido de lo que hacen. Esto los lleva a olvidar lo que importa es el Amor de Dios y la Justicia con los hermanos.
A propósito de esto el papa Francisco nos ha recordado la correcta gradualidad en la predicación del Evangelio:
“Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante”. (EG 35).
“¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar los lugares de honor en las sinagogas y que les hagan reverencias en las plazas!” (11,43)
El ser líder religioso otorga cierto prestigio, y un gran peligro es buscar honores o privilegios. En este caso se piensa en sí mismo, en la propia imagen, en el esfuerzo por que los demás los consideren puros y justos, como gente buena. Esta actitud puede hacer perder el sendero misionero y afectar seriamente el anuncio del Evangelio:
De nuevo el papa Francisco nos ilumina:
La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena. (EG 165).
“¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta!” (11,44)
Probablemente esta sea una de las advertencias más graves. Hace eco de la exigencia de pureza en los cementerios según Nm 19,16, según la cual tocar un sepulcro era causa de impureza, razón por la cual había que hacerlos más visibles con la pintura blanca. Lucas interpreta de una manera novedosa: los sepulcros son los líderes religiosos que se destacan (“blanqueados” es una referencia a la visibilidad de que habla el segundo “¡ay!”) y la gente que los rodea continuamente para escuchar sus enseñanzas son los que quedan impuros, porque en el contacto con ellos se contaminan de sus vicios sin darse cuenta. Un evangelizador que no sea fiel al Evangelio puede distorsionar el mensaje y desviar el camino de otros.
“¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo!” (11,46)
Los legistas, a quienes se dirige este último “¡ay!” que consideramos hoy, eran reconocidos por su interpretación rigurosa de la Ley, a ella le agregaban algunas obligaciones que no tenían justificación. Pero ellos, por su parte se las arreglaban astutamente para no hacer lo que le mandaban hacer a los otros. Este “ay” llama la atención a la necesidad de coherencia y compromiso personal con aquello que predicamos.
Acojamos este día en el corazón la exhortación de san Pablo, pues: “Si tenemos la vida del Espíritu, actuemos conforme a ese mismo Espíritu”.
A petición de la Pontificia Unión Misional, han colaborado en la escritura de estas meditaciones:
- Para los domingos: P. Yoland Ouellet, o.m.i., Director Nacional OMP, Canada de habla francesa
- Para los días de la semana:
- 1-14 de octubre: P. Karl Wallner, Director Nacional OMP, Austria
- 15 y 23 de octubre: P. Pierre Diarra
- 16-22 de octubre: P. Jafet Alberto Peytrequín Ugalde, Director Nacional OMP, Costa Rica
- 24-31 de octubre: P. Dennis C. J. Nimene, Director Nacional OMP, Liberia.