La sinodalidad, una conversión para ser más misioneros
El Documento Final de la segunda sesión de la 16ª Asamblea General Ordinaria del Sínodo relata y relanza una experiencia de Iglesia entre «comunión, participación, misión», con la propuesta concreta de una nueva visión que transforma las prácticas establecidas.
El Documento votado y aprobados todos sus 155 apartados, se publica y no será objeto de una exhortación del Papa: de hecho, Francisco ha decidido que se difunda inmediatamente para que pueda inspirar la vida de la Iglesia.
«El proceso sinodal no termina con el final de la asamblea, sino que incluye la fase de puesta en práctica (9). Implicando a todos en el «camino cotidiano con una metodología sinodal de consulta y discernimiento, identificando vías concretas y caminos de formación para lograr una conversión sinodal tangible en las diversas realidades eclesiales» (9).
En el Documento, en particular, se pregunta mucho a los obispos sobre su compromiso con la transparencia y la rendición de cuentas, al tiempo que -como afirma también el cardenal Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe- se trabaja para dar más espacio y poder a las mujeres.
Dos palabras clave que se desprenden del texto – atravesadas por la perspectiva y la propuesta de la conversión – son «relaciones» – que es un modo de ser Iglesia – y «vínculos», en el signo del «intercambio de dones» entre las Iglesias vividas dinámicamente y, por tanto, para convertir los procesos.
Son precisamente las Iglesias locales las que están en el centro en el horizonte misionero que es el fundamento mismo de la experiencia de pluralidad de la sinodalidad, con todas las estructuras al servicio, justamente, de la misión con los laicos cada vez más en el centro y protagonistas. Y, en esta perspectiva, la concreción del arraigo en el «lugar» emerge con fuerza del Documento final.
También es particularmente significativa la propuesta presentada en el Documento para que los Dicasterios de la Santa Sede puedan lanzar una consulta «antes de publicar documentos normativos importantes» (135).
La estructura del Documento
El Documento Final consta de cinco partes (11). A la primera -titulada «El corazón de la sinodalidad»- le sigue la segunda parte -«Juntos, en la barca de Pedro»- «»dedicada a la conversión de las relaciones que construyen la comunidad cristiana y dan forma a la misión en el entrelazamiento de vocaciones, carismas y ministerios».
La tercera parte – «En tu palabra» – «identifica tres prácticas íntimamente conectadas: el discernimiento eclesial, los procesos de toma de decisiones, la cultura de la transparencia, la responsabilidad y la evaluación». La cuarta parte -«Una pesca abundante»»- «esboza el modo en que es posible cultivar en nuevas formas el intercambio de dones y el entretejido de lazos que nos unen en la Iglesia, en un momento en que la experiencia de estar arraigado en un lugar está cambiando profundamente».
Por último, la quinta parte -«También yo los envío» – «nos permite fijarnos en el primer paso que hay que dar: cuidar la formación de todos a la sinodalidad misionera». En particular, se señala, el desarrollo del Documento está guiado por los relatos evangélicos de la Resurrección (12).
Las heridas del Resucitado siguen sangrando
La introducción del documento (1-12) aclara inmediatamente la esencia del Sínodo como «una experiencia renovada de aquel encuentro con el Resucitado que los discípulos tuvieron en el Cenáculo la tarde de Pascua» (1). «Contemplando al Resucitado -afirma el documento- hemos visto también los signos de sus heridas (…) que siguen sangrando en el cuerpo de tantos hermanos y hermanas, también a causa de nuestras culpas. La mirada al Señor no se aparta de los dramas de la historia, sino que abre los ojos para reconocer el sufrimiento que nos rodea y nos penetra: los rostros de los niños aterrorizados por la guerra, el llanto de las madres, los sueños rotos de tantos jóvenes, los refugiados que afrontan viajes terribles, las víctimas del cambio climático y de las injusticias sociales» (2).
El Sínodo, recordando las «demasiadas guerras» en curso, se unió a los «repetidos llamamientos del Papa Francisco por la paz, condenando la lógica de la violencia, del odio, de la venganza» (2). Además, el camino sinodal es marcadamente ecuménico – «se orienta hacia una unidad plena y visible de los cristianos» (4) – y «constituye un verdadero acto de ulterior recepción» del Concilio Vaticano II, prolongando «su inspiración» y relanzando «para el mundo de hoy su fuerza profética» (5). No todo ha sido fácil, reconoce el Documento: «No ocultamos que hemos experimentado en nosotros mismos el cansancio, la resistencia al cambio y la tentación de dejar prevalecer nuestras ideas sobre la escucha de la Palabra de Dios y la práctica del discernimiento» (6).
El corazón de la sinodalidad
La primera parte del Documento (13-48) se abre con reflexiones compartidas sobre la «Iglesia Pueblo de Dios, sacramento de unidad» (15-20) y sobre las «raíces sacramentales del Pueblo de Dios» (21-27). Es un hecho que, precisamente «gracias a la experiencia de los últimos años», el significado de los términos «sinodalidad» y «sinodal» «se ha comprendido mejor y se ha vivido cada vez más» (28). Y «se han asociado cada vez más al deseo de una Iglesia más cercana a las personas y más relacional, que sea la casa y la familia de Dios» (28).
«En términos simples y sintéticos, se puede decir que la sinodalidad es un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer la Iglesia más participativa y misionera, es decir, para hacerla más capaz de caminar con cada hombre y mujer irradiando la luz de Cristo» (28). Conscientes de que la unidad de la Iglesia no es la uniformidad, «la valoración de los contextos, las culturas y las diversidades, y de las relaciones entre ellas, es una clave para crecer como Iglesia sinodal misionera» (40). Con el relanzamiento de las relaciones también con otras tradiciones religiosas en particular «para construir un mundo mejor» y en paz (41).
La conversión de las relaciones
«La llamada a una Iglesia más capaz de alimentar las relaciones: con el Señor, entre hombres y mujeres, en las familias, en las comunidades, entre todos los cristianos, entre los grupos sociales, entre las religiones, con la creación» (50) es la constatación que abre la segunda parte del Documento (49-77). Y «tampoco faltaron quienes compartieron el sufrimiento de sentirse excluidos o juzgados» (50).
«Para ser una Iglesia sinodal, por tanto, es necesaria una verdadera conversión relacional. Debemos aprender de nuevo del Evangelio que el cuidado de las relaciones y de los vínculos no es una estrategia o una herramienta para una mayor eficacia organizativa, sino que es el modo en que Dios Padre se ha revelado en Jesús y en el Espíritu» (50). Son precisamente «las recurrentes expresiones de dolor y sufrimiento por parte de mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas, durante el proceso sinodal, las que revelan cuán a menudo fallamos en hacer esto» (52). En particular, «la llamada a la renovación de las relaciones en el Señor Jesús resuena en la pluralidad de contextos» ligados al «pluralismo de las culturas» con, a veces, también «los signos de lógicas relacionales distorsionadas, a veces opuestas a las del Evangelio» (53). La acometida es directa: «Los males que afligen a nuestro mundo encuentran sus raíces en esta dinámica» (54), pero «la cerrazón más radical y dramática es la que se dirige a la propia vida humana, que lleva al rechazo de los niños, desde el seno materno, y de los ancianos» (54).
Ministerios para la misión
«Carismas, vocación y ministerios para la misión» (57-67) están en el centro del Documento, que se centra en la más amplia participación de los laicos. El ministerio ordenado está «al servicio de la armonía» (68) y, en particular, «el ministerio del obispo» consiste en «componer los dones del Espíritu en la unidad» (69-71).
Entre otras cuestiones, se destaca que «la relación constitutiva del obispo con la Iglesia local no aparece hoy con suficiente claridad en el caso de los obispos titulares, por ejemplo, los representantes pontificios y los que sirven en la Curia Romana». Con el obispo hay «presbíteros y diáconos» (72-73), para una «colaboración entre ministros ordenados dentro de la Iglesia sinodal» (74).
Significativa es, pues, la experiencia de «espiritualidad sinodal» (43-48) con la certeza de que «si falta la profundidad espiritual personal y comunitaria, la sinodalidad se reduce a un expediente organizativo» (44). Por eso, se enfatiza, «practicado con humildad, el estilo sinodal puede hacer de la Iglesia una voz profética en el mundo de hoy» (47).
La conversión de los procesos
En la tercera parte del Documento (79-108), se subraya enseguida que «en la oración y el diálogo fraterno, hemos reconocido que el discernimiento eclesial, el cuidado de los procesos de toma de decisiones y el compromiso de rendir cuentas y de evaluar el resultado de las decisiones tomadas son prácticas con las que respondemos a la Palabra que nos muestra los caminos de la misión» (79). En particular, «estas tres prácticas están estrechamente interrelacionadas. Los procesos de toma de decisiones necesitan un discernimiento eclesial, que exige escuchar en un clima de confianza, que la transparencia y la responsabilidad apoyan. La confianza debe ser mutua: quienes toman las decisiones deben poder confiar y escuchar al Pueblo de Dios, que a su vez debe poder confiar en quienes ejercen la autoridad» (80).
«El discernimiento eclesial para la misión» (81-86), en realidad, «no es una técnica organizativa, sino una práctica espiritual que hay que vivir en la fe» y «nunca es la afirmación de un punto de vista personal o de grupo, ni se resuelve en la simple suma de opiniones individuales» (82). «La articulación del proceso decisorio» (87-94), «la transparencia, la responsabilidad, la evaluación» (95-102), «la sinodalidad y los organismos de participación» (103-108) son puntos centrales de las propuestas contenidas en el Documento, que surgen de la experiencia del Sínodo.
La conversión de los vínculos
«En un tiempo en el que cambia la experiencia de los lugares donde la Iglesia está arraigada y peregrina, es necesario cultivar en nuevos modos el intercambio de dones y el tejido de vínculos que nos unen, sostenidos por el ministerio de los Obispos en comunión entre ellos y con el Obispo de Roma»: esta es la esencia de la cuarta parte del Documento (109-139). La expresión «arraigados y peregrinos» (110-119) nos recuerda que «la Iglesia no puede entenderse sin estar arraigada en un territorio concreto, en un espacio y un tiempo donde se forma una experiencia compartida de encuentro con Dios que salva» (110). Asimismo, se centra en los fenómenos de la «movilidad humana» (112) y la «cultura digital» (113).
En esta perspectiva, «caminar juntos en lugares diferentes como discípulos de Jesús en la diversidad de carismas y ministerios, así como en el intercambio de dones entre las Iglesias, es un signo eficaz de la presencia del amor y de la misericordia de Dios en Cristo» (120).
«El horizonte de comunión en el intercambio de dones es el criterio inspirador de las relaciones entre las Iglesias» (124). De ahí los «vínculos para la unidad: Conferencias episcopales y Asambleas eclesiales» (124-129). Es especialmente importante la reflexión sinodal sobre el «servicio del Obispo de Roma» (130-139). Justamente al estilo de la colaboración y la escucha, «antes de publicar documentos normativos importantes, se exhorta a los Dicasterios a iniciar una consulta con las Conferencias Episcopales y los organismos correspondientes de las Iglesias orientales católicas» (135).
Formar un pueblo de discípulos misioneros
«Para que el Pueblo santo de Dios pueda testimoniar toda la alegría del Evangelio, creciendo en la práctica de la sinodalidad, necesita una formación adecuada: ante todo a la libertad de hijos e hijas de Dios en el seguimiento de Jesucristo, contemplado en la oración y reconocido en los pobres», afirma el Documento en su quinta parte (140-151).
«Una de las peticiones que ha surgido con más fuerza y de todas partes durante el proceso sinodal es que la formación sea integral, continua y compartida» (143). Inclusive en este ámbito, la urgencia del «intercambio de dones entre las diversas vocaciones (comunión), en la perspectiva de un servicio a realizar (misión) y en un estilo de involucramiento y educación en la corresponsabilidad diferenciada (participación)» (147).
Y «otro ámbito de gran importancia es la promoción en todos los ambientes eclesiales de una cultura de la protección (salvaguardia), para hacer de las comunidades lugares cada vez más seguros para los menores y las personas vulnerables» (150). Por último, «los temas de la doctrina social de la Iglesia, el compromiso por la paz y la justicia, el cuidado de la casa común y el diálogo intercultural e interreligioso también deben difundirse más ampliamente en el Pueblo de Dios» (151).
Encomendarse a María
«Viviendo el proceso sinodal», es la conclusión del Documento (154), «hemos tomado nueva conciencia de que la salvación que hay que recibir y anunciar pasa a través de las relaciones. Se vive y se testimonia juntos. La historia se nos presenta trágicamente marcada por la guerra, la rivalidad por el poder, mil injusticias y abusos. Sabemos, sin embargo, que el Espíritu ha puesto en el corazón de cada ser humano un deseo profundo y silencioso de relaciones auténticas y de vínculos verdaderos. La creación misma habla de unidad y de compartir, de variedad y de entrelazamiento entre las diferentes formas de vida». El texto finaliza con una oración a la Virgen María por la entrega «de los resultados de este Sínodo: Enséñanos a ser un Pueblo de discípulos misioneros que caminan juntos: una Iglesia sinodal” (155).
Fuente: Vatican News