El Reino de Dios es cercano, amoroso y misericordioso
En este primer Domingo Misionero de octubre, ¡comencemos reconociendo las bendiciones que el Señor ha querido darnos desde la creación del mundo! La bendición de los esposos que se ayudan mutuamente (primera lectura); la bendición de la vida familiar y la felicidad de caminar por los caminos del Señor (salmo); la bendición de la santificación que nos da Jesucristo y que nos conduce por el camino del amor (segunda lectura); y, finalmente, la bendición de los corazones de los niños que acogen la vida del Reino (evangelio).
En este Mes Misionero, celebremos entonces a aquellos bendecidos por el Señor que, en su vida consagrada al Señor, así como en la vida de los matrimonios y de las familias, se comprometen, en nombre de su fe, a construir el Reino de la justicia, fraternidad, ayuda mutua, caridad y solidaridad. A través de ellos, Dios obra para unir a las personas y ayudar a los más pobres y necesitados. Juntas, y no solas, las personas aprenden a superar el individualismo, el egocentrismo y la dureza de corazón, y a crecer en el amor, el compartir, el olvido y la entrega de sí.
Estamos acostumbrados a ver sacerdotes y comunidades religiosas comprometidas con la causa del Reino de Dios; nuestros tiempos nos ofrecen la gracia de los matrimonios y familias misioneras, y también de los movimientos que asumen el desafío misionero: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28, 19) “¡Vayan e inviten a todos al banquete!” (Mt 22, 9) (lema del DOMUND 2024). Comentando el lema elegido, el Santo Padre dijo: “Los dos verbos que expresan el núcleo de la misión —“vayan” y “llamen” con el sentido o significado de “inviten”— están colocados al comienzo del mandato del rey a sus siervos.
Respecto al primero, hay que recordar que anteriormente los siervos habían sido ya enviados a transmitir el mensaje del rey a los invitados (cf. vv. 3-4). Esto nos dice que la misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo. (Mensaje para el Día Mundial de las Misiones de 2024).
De la VII Catequesis del Papa Francisco sobre la Pasión por la Evangelización recordemos lo siguiente: “Dice el Concilio: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Decr. Apostolicam actuositatem [AA], 2). Se trata de una llamada que es común, «como común es la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad» (LG, 32). Es una llamada que se refiere tanto a aquellos que han recibido el sacramento del Orden, como a las personas consagradas, como a cada fiel laico, hombre o mujer, es una llamada a todos”.
La misión es cuestión del corazón que acoge el Reino. La beata Paulina Jaricot lo descubrió en su vida de oración y lo resumió muy bien: “La oración es el Reino de Dios en nosotros. ¡Que nuestros corazones sean desbordados por el amor infinito de Jesucristo!” La misión es también una cuestión de anunciar el Reino de Dios, siempre cercano, amoroso y misericordioso.
Jesús dice: «Id proclamando que el Reino de los cielos está cerca» (v. 7). Esto es lo que hay que decir, ante todo y siempre: Dios está cerca. Pero, nunca olvidemos esto: Dios siempre está cerca del pueblo, Él mismo lo dijo al pueblo. Dijo así: “Miren, ¿qué Dios está cerca de las Naciones como yo estoy cerca de ustedes?”. La cercanía es una de las cosas más importantes de Dios. Son tres cosas importantes: cercanía, misericordia y ternura. No olvidar esto. ¿Quién es Dios? El Cercano, el Tierno, el Misericordioso (Catequesis 4. La pasión por la evangelización).
Oremos para que cada persona, cada matrimonio, cada familia encuentre la bendición y la belleza del proyecto de amor para ellos. Si acogemos el Reino de Dios en nosotros como hijos de Dios, nuestro corazón dará frutos de amor, de ayuda mutua, de comunión y de unidad, y veremos la felicidad, como dice el salmista. Que santa Teresa del Niño Jesús nos guíe en la misión de todos los bautizados durante este Mes Misionero. El papa Francisco, inspirado por ella, nos dice:
De hecho, los misioneros, de los que Teresa es patrona, no son solo los que hacen mucho camino, aprenden lenguas nuevas, hacen obras de bien y son muy buenos anunciando; no, misionero es también cualquiera que vive, donde se encuentra, como instrumento del amor de Dios; es quien hace de todo para que, a través de su testimonio, su oración, su intercesión, Jesús pase. Y este es el celo apostólico que, recordémoslo siempre, no funciona nunca por proselitismo —¡nunca! — o por constricción —¡nunca! —, sino por atracción: la fe nace por atracción, uno no se vuelve cristiano porque sea forzado por alguien, no, sino porque es tocado por el amor. (Catequesis 16. La pasión por la evangelización).
El Papa Francisco presenta el testimonio de un laico venezolano que fue misionero e instrumento del amor de Dios donde quisiera que fuera: el Beato José Gregorio Hernández Cisneros. Nació en 1864 y aprendió la fe sobre todo de su madre, como contó: «Mi madre, que me amaba, desde la cuna, me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios y me puso por guía la santa caridad». Estemos atentos: son las madres las que transmiten la fe. La fe se transmite en dialecto, es decir con el lenguaje de las madres, ese dialecto que las madres saben hablar con los hijos. Y a vosotras madres: estad atentas en el transmitir la fe en ese dialecto materno.
Verdaderamente la caridad fue la estrella polar que orientó la existencia del beato José Gregorio: persona buena y solar, de carácter alegre, estaba dotado de una fuerte inteligencia; se hizo médico, profesor universitario y científico. Pero sobre todo fue un doctor cercano a los más débiles, tanto para ser conocido en la patria como “el médico de los pobres”. Cuidaba a los pobres, siempre. A la riqueza del dinero prefirió la del Evangelio, gastando su existencia para socorrer a los necesitados. En los pobres, en los enfermos, en los migrantes, en los que sufren, José Gregorio veía a Jesús. Y el éxito que nunca buscó en el mundo lo recibió, y sigue recibiéndolo, de la gente, que lo llama “santo del pueblo”, “apóstol de la caridad”, “misionero de la esperanza”. Bonitos nombres: “Santo del pueblo”, “apóstol de la cridad”, “misionero de la esperanza” (Catequesis 20).
Él demuestra que, como proclama la Palabra de Dios este domingo: “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud” (1 Jn 4, 12).
A petición de la Pontificia Unión Misional, han colaborado en la escritura de estas meditaciones:
- Para los domingos: P. Yoland Ouellet, o.m.i., Director Nacional OMP, Canada de habla francesa
- Para los días de la semana:
- 1-14 de octubre: P. Karl Wallner, Director Nacional OMP, Austria
- 15 y 23 de octubre: P. Pierre Diarra
- 16-22 de octubre: P. Jafet Alberto Peytrequín Ugalde, Director Nacional OMP, Costa Rica
- 24-31 de octubre: P. Dennis C. J. Nimene, Director Nacional OMP, Liberia.




