Testigos de la alegría del Evangelio
Los gritos de la tierra, sedienta de curación, de justicia, de compartir y de paz, se escuchan en el grito del ciego del Evangelio, que llora más fuerte, dos veces más fuerte. En este Mes Misional, oramos por la misión universal de anunciar al mundo a Jesús, fuente de vida y salvación para la humanidad. Luego, por invitación de Dios, escuchamos otro grito de sus discípulos-misioneros: “¡Griten de alegría!” Llaman a la alegría y a la fe: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”. La Palabra de Jesús actúa en todo el mundo, dondequiera que sea proclamada y acogida. Puede sanar y transformar a la humanidad en medio de lágrimas y sufrimientos de todo tipo. ¡Reúne y forma un pueblo de todos los redimidos!
El papa Francisco nos recuerda el motivo del anuncio gozoso que se exige a los discípulos misioneros: “¿La razón? ¿Una buena noticia, una sorpresa, un bonito suceso? Mucho más, una persona: ¡Jesús! Jesús es la alegría. Es Él el Dios hecho hombre que ha venido a nosotros. La cuestión, queridos hermanos y hermanas, no es por tanto si anunciarlo, sino cómo anunciarlo, y este “cómo” es la alegría. O anunciamos a Jesús con alegría, o no lo anunciamos (…) Es por eso que un cristiano infeliz, un cristiano triste, un cristiano insatisfecho o, peor todavía, resentido y rencoroso no es creíble. ¡Este hablará de Jesús, pero nadie le creerá! Una vez me decía una persona, hablando de estos cristianos: “Pero son cristianos con cara de bacalao!”, es decir, no expresan nada, son así, y la alegría es esencial. Es esencial vigilar sobre nuestros sentimientos. La evangelización obra la gratuidad, porque viene de la plenitud, no de la presión. Y cuando se hace una evangelización. –se quiere hacer, pero eso no va– en base a ideologías, esto no es evangelizar, esto no es el Evangelio. El Evangelio no es una ideología: el Evangelio es un anuncio, un anuncio de alegría. Las ideologías son frías, todas. El Evangelio tiene el calor de la alegría. Las ideologías no saben sonreír, el Evangelio es una sonrisa, te hace sonreír porque te toca el alma con la Buena Noticia” (Catequesis 26, la pasión por la evangelización).
En el contexto actual de secularización y en un mundo tan herido por guerras y divisiones, respondamos sin demora a la invitación del Padre que envió a su Hijo para salvarnos: “¡Vayan e inviten a todos al banquete!” (Mt 22, 9). Somos los testigos que hemos encontrado al Hijo que ha destruido la muerte y ha hecho resplandecer la vida. Nos alimentamos en el banquete que nos ofrece su presencia y su vida en abundancia. Al final de cada banquete somos enviados en el nombre de Cristo: “¡Vayan!” Con la alegría de tener esta presencia dentro de nosotros, nos propusimos ser sus heraldos en este mundo, esperando luz y esperanza.
El Papa Francisco continúa: “La alegría de tener a Jesús resucitado. El encuentro con Jesús siempre te lleva a la alegría y si esto no te sucede a ti, no es un verdadero encuentro con Jesús (…). Inmersos en el clima veloz y confuso de hoy, también nosotros, de hecho, podríamos encontrarnos viviendo la fe con un sutil sentido de renuncia, persuadidos que para el Evangelio no haya más escucha y que ya no valga la pena comprometerse para anunciarlo. Podríamos incluso ser tentados por la idea de dejar que “los otros” vayan por su camino. Sin embargo, precisamente este es el momento de volver al Evangelio para descubrir que Cristo «es siempre joven y fuente constante de novedad» (Evangelii gaudium, 11). Así, como los dos de Emaús, se vuelve a la vida cotidiana con el impulso de quien ha encontrado un tesoro: estaban felices, estos dos, porque habían encontrado a Jesús, y ha cambiado su vida. Y se descubre que la humanidad abunda de hermanos y hermanas que esperan una palabra de esperanza. El Evangelio es esperado también hoy: el hombre de hoy es como el hombre de todo tiempo: lo necesita, también la civilización de la incredulidad programada y de la secularidad institucionalizada; es más, sobre todo la sociedad que deja desiertos los espacios del sentido religioso, necesita de Jesús. Este es el momento favorable al anuncio de Jesús. Por eso quisiera decir nuevamente a todos: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (ibid.,1). No olvidemos esto” (Catequesis 26, La pasión por la evangelización).
Ante las maravillas que Dios Padre ha realizado en nuestras vidas, que este Mes Misionero, que llega a su fin, nos recuerde nuestra misión de proclamar y dar testimonio de Jesús. Escuchemos también hoy la invitación a ser pescadores de hombres: sintamos que Jesús en persona nos llama a anunciar su Palabra, a dar testimonio de ella en la vida cotidiana, a vivirla en la justicia y en la caridad, llamados a “entregarla hecha carne” cuidando con ternura a quienes sufren. Ésta es nuestra misión: convertirnos en buscadores de los perdidos, oprimidos y desanimados, no para entregarles a nosotros mismos, sino el consuelo de la Palabra, el rompedor anuncio de Dios que transforma la vida, para llevarles la alegría de saber que Él es nuestro Padre y se dirige a cada uno de nosotros, para traernos la belleza de decir: “Hermano, hermana, Dios se ha acercado a ti, escucha y encontrarás en su Palabra un don maravilloso” (Papa Francisco, Homilía, Domingo de la Palabra de Dios, 22 de enero de 2023).
En estos últimos días del mes misional, recordando el lema: Inviten a todos, hay un mensaje claro aquí para todos los discípulos-misioneros:
Los discípulos misioneros de Cristo siempre han tenido una sincera preocupación por todas las personas, cualquiera que sea su estatus social o incluso moral. La parábola del banquete nos cuenta que, por orden del rey, los siervos reunieron “a todos los que encontraron, malos y buenos” (Mt 22, 10). Es más, “a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos” (Lc 14, 21), en pocas palabras, los más pequeños de nuestros hermanos y hermanas, los marginados de la sociedad, son los invitados especiales del rey. La fiesta de bodas de su Hijo que Dios ha preparado permanece siempre abierta a todos, ya que su amor por cada uno de nosotros es inmenso e incondicional. “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Todos, cada hombre y cada mujer, están invitados por Dios a participar de su gracia, que transforma y salva. Basta decir “sí” a este don divino gratuito, aceptándolo y dejándose transformar por él, poniéndoselo como un “traje de bodas” (cf. Mt 22, 12).
A petición de la Pontificia Unión Misional, han colaborado en la escritura de estas meditaciones:
- Para los domingos: P. Yoland Ouellet, o.m.i., Director Nacional OMP, Canada de habla francesa
- Para los días de la semana:
- 1-14 de octubre: P. Karl Wallner, Director Nacional OMP, Austria
- 15 y 23 de octubre: P. Pierre Diarra
- 16-22 de octubre: P. Jafet Alberto Peytrequín Ugalde, Director Nacional OMP, Costa Rica
- 24-31 de octubre: P. Dennis C. J. Nimene, Director Nacional OMP, Liberia.