La promesa de Jesús a quien deja todo por seguirlo


En este Mes Misionero, nos interpela la llamada de Cristo a seguirlo, a dejarlo todo por el Evangelio y por la vida eterna. Quiere personas humildes de corazón, que busquen vivir sólo de las riquezas de su Palabra, que oren para recibir e irradiar su sabiduría. Ser discípulo-misionero nos lleva a renunciar a las riquezas de este mundo y a elegir las únicas riquezas que pueden satisfacer nuestro corazón: las riquezas del amor del Señor, como pide el Salmo de hoy. “¡Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres!” (Sal 90).

El papa Francisco puso el ejemplo de Madeleine Delbrêl como buscadora de Dios que vivió en el agnosticismo hasta los veinte años. Luego partió en busca de Dios con una sed profunda y un vacío que gritaba en su angustia. Su camino de fe la llevó a elegir una vida totalmente dedicada a Dios, en el corazón de la Iglesia y del mundo. “Deslumbrada por el encuentro con el Señor, escribió: «Una vez que hemos conocido la palabra de Dios, no tenemos derecho de no recibirla; una vez recibida no tenemos derecho de no dejar que se encarne en nosotros, una vez encarnada en nosotros no tenemos derecho de tenerla para nosotros: desde ese momento pertenecemos a aquellos que la esperan» (La santidad de la gente común, Milán 2020, 71)” (Catequesis 25. La pasión por la evangelización). ¿No es eso lo que testifica la carta de este domingo a los hebreos? La palabra de Dios es viva y eficaz (cf. Hb 4,12), y se encarnará en nosotros para que podamos dar testimonio de ella a los demás.

Otro discípulo-misionero que dejó todo para seguir a Cristo y ser testigo de su Evangelio es el hermano Charles de Foucault. “Después de haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión, revela la razón de su vivir. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret». El hermano Carlos nos recuerda así que el primer paso para evangelizar es tener a Jesús dentro del corazón, es “perder la cabeza” por Él. Si esto no sucede, difícilmente logramos mostrarlo con la vida. Más bien corremos el riesgo de hablar de nosotros mismos, de nuestro grupo de pertenencia, de una moral o, peor todavía, de un conjunto de reglas, pero no de Jesús, de su amor, de su misericordia” (Catequesis 23. La pasión por la evangelización).

El discípulo-misionero ha encontrado el tesoro del que habla Jesús en el Evangelio de hoy. Prosiguiendo su catequesis sobre Carlos de Foucault, el Papa habla de este tesoro: “Y conociendo a Jesús, nace en él el deseo de darlo a conocer. Siempre sucede así: cuando cada uno de nosotros conoce más a Jesús, nace el deseo de darlo a conocer, de compartir este tesoro. Al comentar el pasaje de la visita de la Virgen a santa Isabel, le hace decir: «Me he donado al mundo… llevadme al mundo». Sí, pero ¿cómo? Como María en el misterio de la Visitación: «en silencio, con el ejemplo, con la vida». Con la vida, porque «toda nuestra existencia – escribe el hermano Carlos – debe gritar el Evangelio». Y muchas veces nuestra existencia grita mundanidad, grita muchas cosas estúpidas, cosas extrañas y él dice: “No, toda nuestra existencia debe gritar el Evangelio”. Entonces decide establecerse en regiones lejanas para gritar el Evangelio en el silencio, viviendo en el espíritu de Nazaret, en pobreza y en lo escondido. Va al desierto del Sahara, entre los no cristianos, y allí llega como amigo y hermano, llevando la mansedumbre de Jesús- Eucaristía.” (Catequesis 23).

La promesa de Jesús a cualquiera que deje todo atrás por él y por el evangelio es entrar en la vida eterna, ¡el reino! ¡Esto es imposible para el hombre, pero posible para Dios! En este Mes Misionero, celebremos la continua llamada de Dios a todos a seguirlo y a entregarse por el Evangelio y el Reino. Finalmente, permitamos que Dios haga posible nuestro deseo de abrazar la misión de todo corazón. Esta llamada se refleja también en el tema del próximo domingo, la Jornada Mundial de las Misiones: “Vayan e inviten a todos al banquete (cf. Mt 22, 9)”.

En “Ven y sígueme”, como en “Ve e invita a todos”, hay una llamada a ir. Volvamos al testimonio de Madeleine Delbrel: “«Para estar contigo en tu camino, es necesario ir, también cuando nuestra pereza nos suplica que nos quedemos. Tú nos has elegido para estar en un extraño equilibrio, un equilibrio que puede establecerse y mantenerse solo en movimiento, solo en un impulso. Un poco como una bicicleta, que no se sujeta sin dar vueltas […] Podemos estar rectos solo avanzando, moviéndonos, en un impulso de caridad». Es lo que ella llama la “espiritualidad de la bicicleta” (Sentido del humor en el Amor. Meditaciones y poesías, Milán 2011, 56). Solamente en camino, corriendo, vivimos en el equilibrio de la fe, que es un desequilibrio, pero es así: como la bicicleta. Si tú te paras, no se sujeta” (Catequesis 25 La Pasión por la Evangelización).

El rico del Evangelio que busca la vida eterna no ha encontrado la alegría, sino la tristeza del materialismo. Al contrario, para quienes han encontrado la verdadera alegría en darlo todo y elegir a Jesús, el papa Francisco nos recuerda que hoy es un momento oportuno para anunciar a Jesús y la alegría del Evangelio: “Así, como los dos de Emaús, se vuelve a la vida cotidiana con el impulso de quien ha encontrado un tesoro: estaban felices, estos dos, porque habían encontrado a Jesús, y ha cambiado su vida. Y se descubre que la humanidad abunda de hermanos y hermanas que esperan una palabra de esperanza. El Evangelio es esperado también hoy: el hombre de hoy es como el hombre de todo tiempo: lo necesita, también la civilización de la incredulidad programada y de la secularidad institucionalizada; es más, sobre todo la sociedad que deja desiertos los espacios del sentido religioso, necesita de Jesús. Este es el momento favorable al anuncio de Jesús. Por eso quisiera decir nuevamente a todos: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría»” (Catequesis 26).

Finalmente, unámonos al papa Francisco para dar gracias durante este Mes Misionero por todos aquellos que han respondido a la llamada de dejarlo todo por la proclamación del Evangelio: “Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa entrega es la expresión tangible del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2024).


A petición de la Pontificia Unión Misional, han colaborado en la escritura de estas meditaciones:

  • Para los domingos: P. Yoland Ouellet, o.m.i., Director Nacional OMP, Canada de habla francesa
  • Para los días de la semana:
    • 1-14 de octubre: P. Karl Wallner, Director Nacional OMP, Austria
    • 15 y 23 de octubre: P. Pierre Diarra
    • 16-22 de octubre: P. Jafet Alberto Peytrequín Ugalde, Director Nacional OMP, Costa Rica
    • 24-31 de octubre: P. Dennis C. J. Nimene, Director Nacional OMP, Liberia.