De la ofrenda de la viuda a las Obras Misionales Pontificias


Los obispos recientemente nombrados, reunidos en Roma para participar en los cursos de formación organizados por los dicasterios de la Santa Sede, han tenido la oportunidad de reflexionar sobre el dinero, la misión y la comunión con el Sucesor de Pedro.

«El amor al dinero es la raíz de todos los males», escribe san Pablo a Timoteo con el realismo propio de la fe apostólica. Con ese mismo realismo, en la Iglesia siempre se han ofrecido, recogido y compartido dinero y bienes materiales como signo y reflejo de la gratitud por el don de la nueva vida en Cristo: un don más grande que cualquier expectativa, la perla preciosa que supera todo tesoro.

La sesión de la tarde del martes 9 de septiembre, se celebró en el Aula Magna de la Pontificia Universidad Urbaniana. Contó con la participación conjunta de los obispos inscritos en el curso organizado por el Dicasterio para la Evangelización (Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares) y de los que siguen el curso de formación paralelo preparado por el Dicasterio para los Obispos.

Los miembros del Dicasterio misionero, encabezados por el cardenal pro-prefecto Luis Antonio Tagle, han ofrecido temas de reflexión y discernimiento a través de sus ponencias e intervenciones.

El “paradigma” de los Hechos de los Apóstoles.

La «comunión misionera» entre los obispos católicos de todo el mundo y el obispo de Roma – ha recordado el cardenal Tagle- «no es un atributo sentimental ni un adorno de la Iglesia católica».

El pro-prefecto del Dicasterio Misionero ha evocado el testimonio de la primera comunidad cristiana descrita en los Hechos de los Apóstoles, en la que «la fracción del pan, las oraciones y el compartir los bienes eran los rasgos distintivos de la Iglesia como comunión y como testimonio misionero en sus inicios. Estos rasgos –ha añadido el cardenal- no pueden ser diferentes en nuestro tiempo. Debemos beber continuamente de esta fuente».

La «comunión misionera» de cada obispo con el sucesor de Pedro y con la Iglesia de Roma –ha proseguido Tagle- implica «la solicitud y el cuidado de todos los obispos por toda la Iglesia».

Una solicitud universal que se expresa de manera concreta en el apoyo de cada obispo y de su Iglesia particular a la misión universal del Papa. En cada obispo – ha subrayado- «existe, y debe existir, una tensión dinámica y vital entre el cuidado de su propia Iglesia particular y el de todas las demás Iglesias». Una tensión que «no debe suprimirse porque, a través del ministerio episcopal, una Iglesia particular permanece dentro de la comunión universal; y solo dentro de esa comunión puede ser verdaderamente Iglesia».

Instrumentos de comunión misionera.

En la misión de anunciar el Evangelio, confiada por Cristo mismo a su Iglesia, todos los obispos están llamados a expresar su corresponsabilidad con el ministerio del Sucesor de Pedro mediante signos tangibles y formas concretas.

A lo largo del tiempo, esta corresponsabilidad misionera con el obispo de Roma se ha manifestado y estructurado a través de prácticas, disposiciones canónicas e instrumentos específicos, cuya actualidad y fecundidad han sido recordadas en el informe del doctor Giuseppe De Summa, oficial de la Administración del Dicasterio encargado de contabilidad y finanzas. Se trata de instrumentos que «forman una red de solidaridad y apoyo» capaz de unir generaciones y atravesar continentes.

Estas estructuras de comunión no responden a un afán clerical de imitar modernas técnicas de recaudación, sino que hunden sus raíces «en los primeros siglos de la Iglesia, cuando las comunidades cristianas recogían ofrendas para sostener a la Iglesia de Roma y, a través de ella, atender las necesidades de los más pobres».

En su detallado recorrido histórico, De Summa ha repasado el origen y la evolución de estos instrumentos, comenzando por el Óbolo de San Pedro, una ofrenda voluntaria que cada fiel puede destinar al Papa a través de las Conferencias Episcopales y las Nunciaturas. Su espíritu evoca el «pequeño don» de la viuda del Evangelio de Marcos.

Nació oficialmente en Inglaterra, en el siglo VII, «cuando el rey Offa de Mercia instituyó un tributo anual al Papa, conocido como Denarius Sancti Petri (Dinero de San Pedro)». Esta práctica fue retomada en clave moderna «poco antes de la desaparición del Estado Pontificio en 1870 y, tras la pérdida de los ingresos territoriales, surgió en toda Europa y en ultramar una sorprendente iniciativa destinada a ofrecer al Papa un apoyo material».

En los últimos años –ha recordado el ponente- «el Óbolo ha estado en el centro de la atención debido a un uso indebido de sus fondos». Sin embargo, «la Santa Sede ha respondido con procesos judiciales, mayor transparencia y reformas en la gestión».

La ponencia de De Summa también ha hecho referencia al canon 1271 del Código de Derecho Canónico vigente, que, siguiendo la práctica eclesial de los orígenes, reafirma el deber de las diócesis de sostener económicamente a la Santa Sede.

Asimismo, en la intervención se han mencionado diversas colectas y recaudaciones gestionadas por el Dicasterio para la Evangelización, en virtud de su conexión directa con la misión, entre ellas el Fondo Ecclesiae Sanctae, creado tras el Concilio Vaticano II para reunir las contribuciones diocesanas destinadas a atender «prioridades misioneras universales», como la formación específica de los agentes de pastoral, y la Colecta Pontificia Pro Afris, «instituida inicialmente para la liberación de los esclavos en África y posteriormente ampliada por León XIII a todas las formas de esclavitud en el mundo».

De Summa ha insistido en diversas ocasiones en la necesidad de aplicar criterios de absoluta transparencia en la gestión y comunicación de las ofrendas, así como en la importancia de informar periódicamente a los donantes sobre las obras realizadas gracias a sus contribuciones.

Las Obras Misionales Pontificias, “medio principal” de la comunión misionera de los obispos con el Papa.

Las Obras Misionales Pontificias (OMP) constituyen un instrumento esencial y un signo privilegiado del vínculo de «comunión misionera» que une a todos los obispos con el obispo de Roma.

El padre Tadeusz Nowak, secretario general de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe, las ha definido en su ponencia como una «red mundial al servicio del Santo Padre en su solicitud y cuidado por la Iglesia en las zonas donde el Evangelio se anuncia por primera vez y donde la Iglesia es joven y está en crecimiento».

El sacerdote canadiense de origen polaco, perteneciente a los Oblatos de María Inmaculada (OMI), ha subrayado que las OMP son un «instrumento» que refleja, en su estructura y funcionamiento, el vínculo de comunión entre la Santa Sede y las Iglesias particulares.

La red de las OMP – ha explicado- «está formada por 120 directores nacionales nombrados por la Santa Sede a propuesta de la Conferencia Episcopal de cada país o región, y por los directores diocesanos designados por el obispo ordinario de la Iglesia local».

Mientras que quienes trabajan en las Secretarías Generales de las cuatro Obras, con sede en Roma, son empleados de la Santa Sede, «los directores nacionales y diocesanos no lo son». «Esta peculiaridad – ha añadido- hace únicas a las OMP, porque implican directamente tanto a la Santa Sede como a todas las Iglesias locales del mundo en comunión con el sucesor de Pedro».

Por ello, ha insistido el padre Nowak, «nuestra red no puede funcionar adecuadamente ni cumplir su misión sin la plena colaboración de toda la Iglesia: la Santa Sede y las Iglesias locales que integran la comunión católica».

El papa Leone XIV, al referirse a las OMP en relación con el decreto Ad Gentes del Concilio Vaticano II, el pasado 22 de mayo ha reiterado que «las Obras Misionales Pontificias son efectivamente el “medio principal” para despertar la responsabilidad misionera de todos los bautizados y para sostener a las comunidades eclesiales en las regiones donde la Iglesia es joven».

En este sentido – ha destacado el padre Nowak-, «las OMP no son una agencia de financiación, como otras valiosas organizaciones no gubernamentales católicas o laicas. Somos una red de apoyo a la misión evangelizadora de la Iglesia, cuya tarea principal es promover y fomentar el espíritu misionero en el corazón de todos los bautizados, invitándolos a mirar más allá de los límites de su parroquia, diócesis o nación, para descubrir y acoger las grandes necesidades de la Iglesia en todo el mundo y lejos de casa».

Recordando las características propias de las OMP, el secretario general ha precisado: «A diferencia de otras iniciativas de apoyo misionero -incluidas las de diócesis o conferencias episcopales-, las Obras Misionales Pontificias tienen un alcance universal y procuran responder a todas las Iglesias que dependen del Dicasterio para la Evangelización».

Y ha añadido, dirigiéndose a los obispos de reciente nombramiento: «El trabajo de las OMP solo puede ser eficaz con la plena cooperación de todos los obispos de cada Iglesia local y de las Conferencias Episcopales de cada nación y región. Por tanto, corresponde a cada obispo garantizar que la red cumpla su misión, nombrando a los directores diocesanos y apoyando la labor de los directores nacionales».

Aunque las OMP no son una agencia de financiación, forma parte de su carisma original la tarea de «facilitar el intercambio de bienes materiales en apoyo de aquellas Iglesias locales que aún no han alcanzado un nivel adecuado de autosuficiencia».

Al referirse a la misión de cada una de las cuatro Obras Pontificias -la Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol (para la formación de sacerdotes), la Infancia Misionera y la Unión Misionera Pontificia-, el padre Nowak ha destacado la amplia gama de subsidios ordinarios y extraordinarios que gestionan en apoyo de la misión de la Iglesia, subrayando también los criterios de transparencia y sostenibilidad que garantizan los procedimientos de asignación de recursos.

Fuente: Gianni Valente para Agencia Fides