Misionera colombiana: presencia pequeña y humilde en Kazajistán


La religiosa colombiana Claudia Graciela Lancheros, misionera de la Consolata en Kazajistán, comparte su experiencia en tierras donde los católicos son minoría, así como las expectativas ante el próximo viaje apostólico del Papa Francisco a este territorio
En Kazajistán, donde la religión más extendida es el islam, la hermana Claudia consigue, en pequeños diálogos, «hacer camino», para explicar qué significa ser cristiano, qué es la Iglesia católica, qué implica la vocación religiosa de mujeres que se dedican totalmente al servicio a Dios, que no se casan ni tienen hijos, entre otras cuestiones.
En un país con 0,01% de católicos por cada 100 habitantes, según las cifras difundidas el viernes 9 de septiembre por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el reto central es mantener la identidad, es decir, que la gente los reconozca como cristianos, como católicos.
La misionera destaca que es un pueblo acogedor, con más de 130 nacionalidades por una historia de inmigración. “Esto hace que verdaderamente nos sintamos en casa, porque la gente acoge esta diversidad, y es muy bello.”
La mayor satisfacción: La acogida desde el primer momento
La hermana Claudia, que junto con su pequeña comunidad de religiosas vive en un pueblo a 40 kilómetros de la ciudad de Almaty, en un ambiente campesino, fraterno, comenta que sus vecinos han tenido gestos hermosos de acogida.
“Estamos rodeados de inmigrantes de Alemania, del pueblo ligur, kazajos, descendientes de Polonia, de Uzbekistán, es una gran variedad.” En la medida que los locales las conocen, cada vez que tienen una fiesta, comparten la comida que hacen, las saludan por la calle, las invitan a tomar el té. También, cuando pasan por la huerta que tienen las Hermanas, las personas mayores les brindan algún consejo, les cuentan una historia. Las hacen sentir familia, insiste la Hermana Claudia.
Una peregrina de la amistad social
Una de las experiencias más bonitas que agradece es la invitación de cualquier familia, sin importar la religión, que les abre las puertas de su casa. En una ocasión, estuvo con una profesora musulmana, quien le dijo que cada visita para ellos es presencia de Dios. «Verdaderamente nos habla de un signo profundo del Padre, que está presente en el pueblo», afirma. Los diálogos son muy abiertos, pues se desarrollan con la convicción honda de que todos somos hermanos, como plantea el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti, de que en cada individuo «existe la presencia de Dios de diferentes maneras, con diferentes advocaciones».
Los kazajos se preparan con mucha alegría para recibir al Papa Francisco
En vista de la visita pastoral que efectuará el Pontífice del 13 al 15 de septiembre, el pueblo kazajo se muestra muy entusiasta: «Es una pequeña comunidad cristiana muy animada», subraya la Hermana Lancheros.
Es una oportunidad para dar a conocer qué es la Iglesia católica, explicar la identidad, quién es el Papa Francisco y fomentar la conversación. En efecto, han abordado estos temas en catequesis con los niños. «Es una Iglesia que está dando sus primeros pasos», dice, y añade que siempre oran por el Santo Padre al terminar el rosario, al celebrar la santa misa.
Aprovechando el contexto de este importante acontecimiento, la religiosa colombiana refuerza la fe profunda de los católicos kazajos, en medio de una realidad con una mayoría de otra religión.
“A veces uno ve en los jóvenes que son llamados en el corazón y desean ser católicos, recibir a Jesús en la eucaristía, recibir los sacramentos. Esto es palpar con la mano la gracia de Dios, es Él quien mueve los corazones y quien llama. Veo cómo va actuando en los corazones de las personas.”
«En este momento, en nuestra misión, no estamos haciendo cosas grandes. Nuestra presencia es humilde, pequeñita, en una veredita, en un pueblito, pero siento que es esta presencia de fe. La gente nos pide oración, hasta de las demás diferentes religiones. Ya nos conocen, sabemos que estamos aquí, que somos para ellos, para recordarlos y unirnos delante de Dios. La misión pasa por ir, tomar el té con el vecino y escucharlo, hablar y compartir la vida, compartir nuestra fe, compartir lo que pasa en el cotidiano. Es una presencia de consolación mutua, porque es compartir la vida de verdad, en la simplicidad».
Fuente: Vatican News