“Miren a Francisco Javier, miren el horizonte del mundo”
El Papa Francisco continuó el pasado miércoles sus catequesis sobre la pasión por la evangelización. En las últimas sesiones ha ido proponiendo modelos ejemplares de esta pasión y, en esta, el modelo ha sido San Francisco Javier, el misionero más grande de los tiempos modernos. Aunque lo de mayor o menor, decía en la audiencia general, es difícil decirlo, porque “un misionero es grande cuando va. Y hay tantos, muchos, muchos, sacerdotes, laicos, monjas, que van a las misiones”.
El Papa hizo en esta catequesis un recorrido por la vida de San Francisco Javier desde su nacimiento en Navarra en 1506 hasta su encuentro en París con Ignacio de Loyola y cómo “deja toda su carrera mundana para convertirse en misionero”.
Francisco Javier “parte así como el primero de un nutrido grupo de apasionados misioneros de los tiempos modernos, dispuestos a soportar inmensas penalidades y peligros, para llegar a otras tierras y encontrarse con pueblos de culturas y lenguas completamente desconocidas, impulsados solo del fortísimo deseo de dar a conocer a Jesucristo y su Evangelio”.
En poco más de once años el santo navarro llevará a cabo una obra extraordinaria, en la India, en Goa y en la costa meridional; después en las Molucas, las islas más lejanas del archipiélago indonesio, porque, reconocía el Papa, “para esta gente no había horizontes, ellos iban más allá”. Y citaba un precioso texto de una carta de San Francisco Javier: “Los peligros y los sufrimientos, aceptados voluntaria y únicamente por amor y servicio a Dios nuestro Señor, son tesoros ricos en grandes consuelos espirituales. Aquí, en pocos años, uno podría perder los ojos de tantas lágrimas de alegría” (20 de enero de 1548). Y es que, añadía el Papa, “lloraba de alegría viendo la obra del Señor”.
Después pasó tres años en Japón, duros pero que darán grandes frutos, y, finalmente la muerte a las puertas de China, en total abandono, envejecido, “había gastado la vida en la misión”. Toda esta intensísima actividad “siempre unida a la oración, a la unión con Dios”, porque “no dejó de rezar jamás, porque sabía que allí estaba la fuerza”.
Decía el Papa que San Francisco Javier no era una misionero “aristocrático”, él “siempre estuvo con los más necesitados, los niños que tenían más necesidad de instrucción, de catequesis, los pobres, los enfermos: iba precisamente a las fronteras de la asistencia donde creció en grandeza. El amor de Cristo fue la fuerza que lo llevó a los confines más lejanos, con continuas penalidades y peligros”.
Deseaba el Papa Francisco que este santo misionero nos dé “un poco de este celo, de este celo de vivir el Evangelio y anunciar el Evangelio. A tantos jóvenes de hoy que sienten un poco de inquietud y no saben qué hacer con esa inquietud, les digo: mirad a Francisco Javier, mirad el horizonte del mundo, mirad a los pueblos en tanta necesidad, mirad a tanta gente que sufre, a tanta gente que tiene necesidad de Jesús. E id, id, tened valor”. Pedía, al terminar la catequesis que el Señor “nos dé a todos la alegría de evangelizar, la alegría de llevar adelante este mensaje tan hermoso que nos hace felices a nosotros y a todos”.
Fuente: OMPRESS